Miedo

Miedo. Un sentimiento tan común, tan humano, tan conocido. Y a la vez tan extraño y desconocido.

¿Qué hacer cuando nos aprisiona hasta robarnos el aire? 
¿Qué hacer cuando nos impide caminar hacia nuestros sueños? 
¿Qué hacer cuando nos hace perder oportunidades y perdernos a nosotros mismos? Cuando nos quedamos paralizados, con angustia y pesar, mientras miramos al demonio de nuestros temores abalanzándose sobre nosotros. Que nos devora. Nos hacemos pequeños, diminutos, insignificantes.

El miedo siempre estará ahí, expectante, escondido en la oscuridad. Acechándonos como una oscura sombra que nos arrebata nuestras más anheladas esperanzas e ilusiones. Que nos apaga el cielo estrellado y lo convierte en una noche de brujas y sombras inquietantes. Noche de azabache en la que solo nos acompaña la silenciosa oscuridad y nuestras preocupaciones. Llenándonos de ansiedad y duda hasta no reconocernos a nosotros mismos. 

 El miedo a lo nuevo. A lo desconocido. A los cambios. El miedo a volar. El miedo a confiar porque, cuando menos te lo esperes, pueden hacerte daño. Porque existe también el miedo a lo que pasará. 
¿Qué hacer con esos temores? ¿Cómo quemarlos hasta reducirlos a nada? 

¿Cómo confiar en que todo saldrá bien y dejar de escuchar sus gritos y amenazas? Porque cuando el miedo habla, solo se escucha su amenazante voz que se repite una y otra vez, apagando cualquier otra. 

Son esos momentos donde anhelas a una estrella que te guíe. Que ilumine tu camino, pues está demasiado oscuro y lleno de sutiles fantasmas. 
Fantasmas llenos de dudas e inseguridades que rondan tu cabeza y te contagian su temor y pena. ¿Podrá esa estrella guiarnos hasta un lugar seguro? 

¿Existe siquiera esa estrella o deberá ser nuestra propia luz interior la que deba guiarnos? 

Solo tú puedes saberlo. 




Comentarios

Entradas populares de este blog

Heridas de infancia

Querida yo

Cansada