Relatos
- Relatos autoconclusivos
El castillo olvidado
JessiK
Érase una leyenda sobre un castillo que fue olvidado. Un rumor que circulaba de boca en boca pero el cual nadie nunca se atrevió a descubrir si era verdad. Se contaba que en la sombra de un frondoso valle, ubicado entre remotas montañas, se hallaba un castillo fantasma del que ya nadie se acordaba. Entre sus piedras se quedaron enredadas las historias de aquellos que una vez lo habitaron. Los recuerdos de sus gentes se anclaron a sus cimientos, recogidos para siempre entre sus ruinas.
La leyenda cuenta que aquel castillo, del cual solo quedan lejanas historias, fue maldito por un malvado y poderoso hechicero, y fue condenado a aparecer solo en las noches de luna llena, momento en el que se deshace la maldición. Ya nadie se acuerda de los reyes que alguna vez se sentaron en sus tronos, y nadie se atrevió a descubrir qué pasó con ellos. Solo se sabe que, según la historia, cuando la hermosa luna llena derrama su luz de plata sobre el valle, el gran edificio reaparece con lentitud como si despertara de su eterno sueño.
Algunos afirman que está encantado, y que alguna vez fueron escuchados los lamentos de las almas que se quedaron atrapadas entre las ruinas. Otros dicen que es un castillo mágico y a él solo puede acceder un Elegido destinado a romper la maldición que fue lanzada sobre él. Hay quien dice también que es solo un cuento para hacer soñar a los niños y que se queden profundamente dormidos.
Fuere lo que fuere, Selene iba a descubrir cuánta verdad había en esos dichos. Necesitaba encontrar aquel castillo y los tesoros que se decía que había escondidos en él. Había estado investigando durante meses en antiquísimos libros que ya nadie leía. En ocasiones se había olvidado incluso de comer, pues anhelaba encontrar cuanto antes un ápice de esperanza. Había muy poca información sobre aquel castillo, y la mayoría eran pistas falsas que le habían llevado a destinos engañosos. Pero Selene era una chica persistente, y no se iba a rendir tan fácilmente. Había estado soñando con aquel castillo, como si de cierta manera la estuviera llamando desde algún rincón del planeta. ¿Serían los espíritus de los reyes los que la visitaban en sueños y le insistían en encontrar su olvidado hogar?
—Finalmente… —susurró para sí misma—. Les demostraré a todos que no estoy siguiendo un sueño absurdo.
Selene puso la última pista sobre el corcho de la pared, donde tenía reunidas todas las cosas que había ido descubriendo e investigando a lo largo de las semanas: Mapas con equis en las ubicaciones donde podría estar el castillo, anotaciones, artículos y dibujos que había encontrado sobre aquella historia. Ahora, por fin, parecía tener la última huella que había dejado el mito. Según un antiguo aventurero, por las dificilísimas montañas del Paso del Norte, le había parecido visualizar los picos de misteriosas torres negras que habían desaparecido a los pocos segundos de mirar. Selene, denominándose a sí misma como la nueva aventurera que seguiría sus pasos, estaba dispuesta a ir hacia aquel lugar. Había tachado falsas ubicaciones y ya tan solo le quedaba una: la que se situaba en un valle que misteriosamente no tenía nombre. Había trazado ya el recorrido que iba a seguir, preparado una mochila de viaje y conseguido una montura con el poco dinero que tenía. La chica, orgullosa y con una sonrisa deseosa de aventuras, apagó el candil que iluminaba la habitación y se marchó a dormir. Al día siguiente le esperaba todo un viaje en el que todo podía ocurrir.
El trayecto no fue fácil, pero ella no se dejó amedrentar por eso. Le llevó semanas de camino a caballo, y se paró a repostar en varios pueblos. Como era bastante humilde, tuvo que sacar dinero en los pueblos con su música: era muy talentosa con el laúd y con su voz, así que pudo ir subsistiendo con el dinero que la gente le dejaba en el suelo.
Selene cruzó bosques, pequeños desiertos, ciénagas y hasta aldeas abandonadas que le pusieron los vellos de punta. Dejó de contar los arañazos y las heridas que se hizo por la frondosa vegetación o con piedras, y mantuvo siempre la cabeza en alto, atenta a las estrellas y al ciclo lunar. A veces dormía bajo estas, siempre abrazada a su querido laúd.
Cuando por fin llegó a la supuesta ubicación del castillo, caído ya el medio día, se decepcionó al ver que no había nada. Pero si la leyenda era cierta y este solo aparecía en noches de luna llena, aún quedaba esperanza. Por eso se preparó un campamento improvisado bajo unos robles, y aguardó a que la verdad se revelase.
—Te encontraré, pase lo que pase —dijo mientras miraba aquel llano lleno de plantas y vida.
En la noche de luna llena sintió todos sus nervios revolviéndose en su cuerpo. Se sentó en una alta roca y no paró de mover las piernas mientras miraba hacia la profunda oscuridad del bosque. Las horas pasaban, y Selene empezó a cansarse. Revisó varias veces el mapa, preocupada de si se había confundido de lugar. Pero estaba justo donde había dibujado la equis, en aquel valle silencioso y penumbroso. Cerró el mapa y se tumbó sobre la hierba. Se quedó observando la luna llena, con el candil a su lado para protegerla de la oscuridad de la noche. La chica dejó escapar un suspiro triste. ¿Y si había hecho aquel viaje para nada? ¿Y si resultaba que era solo un cuento?
—Pase lo que pase no pienso rendirme —susurró para sí. Cogió su laúd y acarició las cuerdas con sus dedos suavemente.
Le dedicó a la luna una linda melodía, como si le rogase que desvelase ante ella aquello que estaba oculto. Con las cuerdas entre sus dedos empezó a expresar todo lo que su corazón le pedía. Selene cerró los ojos para sentir la dulzura de la música besando sus oídos y su alma. Los recuerdos de su infancia llegaron a su mente como si las notas de su laúd los evocase. Era una chica huérfana que había sido adoptada por una anciana que, lamentablemente, había dejado el mundo años atrás. Su madre adoptiva le había contado que le habían puesto aquel nombre porque parecía ser hija de la luna: Su tez blanca como la nieve, unos claros ojos grises que parecían contener la magia y la luz de aquel misterioso astro, y un sereno rostro que transmitía la paz de una noche cálida. Selene siempre había sido una chica valiente que pocas veces lloraba. Adoraba las leyendas y las aventuras, y siempre había soñado con conseguir un gran tesoro que la sacara de la pobreza y con el que pudiese ayudar a otros. Había tenido una vida simple pero alegre.
Poco a poco se quedó adormecida por su propia música, y cuando sus dedos dejaron de acariciar las cuerdas, su alma entró al mundo de los sueños. Soñó con luz de luna, castillos llenos de música y con besos de estrellas.
De repente algo pasó. Algo sutil cambió en el ambiente, como si una energía liviana hubiese empezado a besar cada tramo del valle sin nombre. El susurro de algo que estaba oculto se hizo presente, y trajo consigo un suave fulgor místico. Selene se despertó entre suaves caricias y un agradable cantar. Cuando abrió los ojos, sintió entrar en otro sueño. Se llevó las manos a la boca y abrió mucho los ojos cuando se dio cuenta de que, ante ella, un castillo se alzaba. De grises paredes cubiertas de enredaderas y caminos de piedras blancas. Era altísimo, tanto que parecía querer agarrar la luna y robar las nubes. Estaba bastante deteriorado por el paso del tiempo, pero aún así transmitía un sentimiento agradable y emocionante. Algo dentro de él emitía un mágico resplandor celeste que empezó a atraerla.
Entonces lo vio todo. La magia. Las pequeñas hadas que bailaban en el aire desprendiendo bellos resplandores. Observó animales que nunca había visto pero que supo con mirarlos que eran mágicos. Contempló plantas que brillaban en la oscuridad y aves de plumajes plateados que volaban alrededor de la luna en una bella danza nocturna.
Selene se levantó y abrazó su laúd con fuerza, su único acompañante en aquel momento. Era real. El castillo perdido de la leyenda había cobrado forma con la magia de una luna llena. La voz de su cabeza le decía que no se acercase, pues podría estar plagado de espíritus y peligros. Pero otra, la que procedía de su corazón, le pedía a gritos que entrase para descubrir sus secretos. Así que le hizo caso a esta última, ignorando por completo lo que se decía de las almas encadenadas.
Caminó hasta él por los caminos de piedra blanca, sintiendo temblorosas sus piernas y su pecho estallando desde dentro. A medida que se acercaba empezó a rumorear una música que sonaba alegre, dulce y calmada. Al principio era tan solo un murmuro que apenas distinguía, pero a medida que sus pasos la acercaban ante la fachada un sentimiento familiar empezó a envolverla. Empezó a reconocer cada nota de aquella canción.
La misma melodía que ella había tocado antes de quedarse dormida. La melodía que había estado sonando en su cabeza desde que era tan solo una niña. Una canción que creyó haberse inventado ella. Selene no le prestó importancia, quizás habían escuchado su canción y la habían recreado para ellos.
Cuando estaba a pocos metros del castillo, Selene alzó la mano y acarició la piedra de sus paredes. Se sorprendió al notar que era tan material como ella misma. ¿Cómo podía ser tan físico algo que había aparecido de la nada?
Selene se armó de valor antes de entrar. Se coló en una de grietas abiertas en la piedra y siguió aquella luz celeste que provenía del interior del edificio.
Grande fue su sorpresa cuando, al llegar a un gran salón, vio algo que jamás había esperado encontrar. Ante ella un baile nocturno estaba teniendo lugar. Había todo tipo de criaturas procedentes de cuentos y leyendas: elfos, hadas, centauros, ninfas, sílfides, minotauros, faunos… Todo aquello con lo que tan solo se podía soñar, criaturas que parecían imposibles, que nunca habían sido vistas, estaban en aquel salón bailando la melodía que ella conocía tan bien.
Selene tuvo el impulso de marcharse. De salir corriendo. No conocía a esas criaturas que, aunque hermosas, podrían hacerle daño por entrar a su castillo encantado. Y mucho menos dudaba en poder robarles sus tesoros. No tenía derecho, siquiera, a profanar aquel lugar.
Pero fue tarde cuando intentó alejarse, pues la música paró y cada uno de los allí presentes estaban observándola. Algunos con extrañeza, otros con neutralidad. Otros, incluso, alegres. El silencio que invadió el lugar le robó el aliento, pero Selene intentó mantener la compostura. Respiró hondo y cogió su laúd entre sus dedos. Sus manos temblaron, pero aquello no le impidió tocar la canción. Cuando la música, su música, empezó a invadir el lugar, a ella se unieron otras voces e instrumentos. Siguió la danza, la fiesta y la alegría. La magia acompañaba el latido de la música. Las hadas volaban, los elfos danzaban, los faunos aplaudían, los centauros tocaban instrumentos… ¿Qué era aquel lugar y por qué se le hacía tan familiar? A medida que sus dedos arrancaban las notas de su laúd se sentía más en casa. Más ella misma. Más libre.
Cuando la danza terminó, una alta figura vestida de blanco se acercó a ella. Era una elfa de cabello de un rubio claro y ojos dorados. Parecía alguien muy sabia y experimentada, y por ende empezó a sentir respeto hacia ella. En su rostro pudo leer una expresión de ternura, casi maternal.
—Eres tú a quien hemos estado esperando.
Selene se quedó con la boca abierta, ensimismada ante las palabras de aquella criatura.
—¿A mí? ¿P-por qué?
—Solo la hija de la luna puede conocer esa canción. Solo ella puede tener el laúd que tienes entre tus manos.
Selene abrió mucho los ojos, sorprendida por aquella repentina revelación. Recordaba haber tenido ese laúd desde que tuvo memoria. Siempre pensó que la anciana que la adoptó se lo había regalado cuando era un bebé.
—Debe haber un error… Yo no soy nadie especial, soy una doña nadie… Además, soy solo una humana cualquiera.
La elfa le dedicó una mirada enternecida y la llevó a otra habitación con la mano en su espalda. El resto de criaturas entraron en una pequeña estancia oscura cuyas paredes brillaban en la penumbra. En ellas estaba dibujado un enorme mural que parecía contar los hechos de algún acontecimiento.
—Nosotros procedemos de un mundo oculto. Un mundo espejo que sin embargo es totalmente diferente al humano. En nuestro hogar la magia rebosa por doquier y todas las criaturas de las que los humanos solo veis leyendas, convivimos en un lugar hermoso. Pero si en algo se parecen ambos es en que existe el concepto de la guerra, el odio… y el miedo.
»Antes había muchas guerras en nuestro mundo. Todos se disputaban la magia unos a otros hasta llegar a la violencia. La luna decidió enviarnos a nuestra reina para que se encargarse de traer la paz a nuestras tierras. Y así lo hizo: vivimos épocas de paz y prosperidad en el que la magia corría libre en cada rincón. Donde todos eran felices y la palabra guerra estaba ya muy enterrada en el pasado. La Luna, como así llamábamos a nuestra reina, se casó con un elfo de quien se enamoró perdidamente. Fruto de su amor, la pareja real concibió a una niña de ojos grises como la luna. Su nana era la canción de luna. Una canción sagrada escrita para la pequeña princesa que prometía un futuro próspero lleno de noches de paz.
»Aunque todo parecía ir bien, la maldad no se había evaporado del todo, y el rencor había estado alimentándose en las sombras de corazones malvados. Un hechicero con el corazón negro amenazó con asesinar a la familia real, incluida a la princesa, si no le entregaban el trono pronto. Los reyes, devorados por el miedo, decidieron acudir a una hechicera para que protegiese a su pequeña niña. La mujer les dijo que la única manera de salvarla era mandándola lejos. Al mundo humano, donde aquel hechicero malvado no pudiese encontrarla. Los reyes, sin más opciones, aceptaron el trato, y la mujer convirtió a la bebé en una pequeña humana que no perdió el mágico brillo de sus ojos. La Luna, triste por tener que dejar a su hija, le dio un último abrazo y la mandaron al mundo de los humanos a través de los portales que a veces se formaban entre nuestros mundos. El último regalo de la madre a su hija fue el laúd que siempre acompañaba a su canción de cuna.
Selene escuchaba a la elfa con el corazón encogido y las ganas de llorar en sus ojos. Abrazó su laúd con fuerza, como si en él estuviese el recuerdo de una madre a la que nunca conoció.
—¿Q-qué pasó con los reyes?
—Los reyes lucharon con todas sus fuerzas durante años. Protegieron a su pueblo hasta el último aliento, pero no lograron sobrevivir a la mortal batalla que manchó el suelo de este castillo. El hechicero tenía su propio ejército, y la guerra se batió durante tanto tiempo que incluso la tierra empezó a sangrar de pena. El rey resultó terriblemente herido y la Luna, rota por ver así a su gran amor, sacrificó sus últimas fuerzas para acabar con el hechicero. En sus últimos segundos de lucidez, utilizó la magia de la luna para hechizar el castillo y matar a aquel hombre que tanta desdicha había traído al reino. A cambio, dio su vida.
»El hechizo de la Luna, era capaz de crear un portal entre los mundos cuando la energía lunar era más poderosa. La Luna tenía la esperanza de que su hija pudiese encontrar algún día la puerta hasta su hogar, un hogar en el que ya no habría más guerras. Un lugar en el que estaba destinada a reinar.
—Cada luna llena hemos estado esperando a tu regreso, Selene —finalizó la mujer—. Hemos aguardado sin descanso con la esperanza de que aparecieras aquí.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Te lo he dicho. Te estábamos esperando, princesa.
La elfa tocó su cabeza con suavidad y le transmitió una poderosa energía a Selene. La chica sintió como algo caía a su alrededor, como si unas cortinas invisibles hubieran estado ocultando su verdadero ser. La chica se tocó las orejas y casi pegó un grito cuando descubrió que ahora eran puntiagudas y que su cabello era tan plateado como la luz de la luna.
—Yo fui esa hechicera —desveló ella—. Yo te envié al mundo humano entre lágrimas.
Selene casi tuvo ganas de llorar como nunca lo había hecho. En un impulso que no supo de dónde salió, abrazó a aquella mujer con fuerza. Cuando las primeras lágrimas cayeron, supo que al fin estaba en casa. Y lloró por una realidad que no conocía. Lloró por unos padres que dieron su vida por ella. Lloró por aquel malvado hechicero que destruyó su familia. Y lloró por la luna y por su música.
—Bienvenida a casa, Hija de la Luna.
Y así fue como el sueño de la reina fue cumplido al fin. Su hija había regresado tras años de exilio y la paz volvió a reinar en el mundo mágico. El hechizo que la Luna dejó sobre el castillo jamás fue roto, pero su historia dejó de contarse con el paso del tiempo y fue olvidado casi por completo. Cada luna llena sus fachadas reaparecían en la oscuridad de la noche y una melodía dentro de él siguió escuchándose en honor a los reyes caídos y a la princesa que había regresado. Pero nadie lo supo jamás, porque cayó en el olvido de muchos.
Selene dejó todo lo que conoció en el mundo humano atrás excepto su laúd, que estuvo acompañándola para siempre con sus mágicas notas. El hogar en el que había crecido se le había quedado pequeño, y por ello decidió vivir una vida plena en el lugar al que pertenecía. Se convirtió en una digna y justa reina que ayudó a los más pobres y que guió a su pueblo por el mejor de los caminos. Tuvo ayuda, por supuesto, y se vio obligada que aprender un montón de cosas que jamás había tenido la oportunidad de conocer. Pero al menos vivió tan feliz como nunca antes.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y muchas lunas han pasado. La leyenda, una nueva que surgió con el pasar de los años, cuenta que a veces aparece misteriosamente oro y alimento en las casas de los más necesitados. Se dice también que una misteriosa mujer de cabellos blancos como la nieve se pasea por las noches de luna llena ayudando a los más desdichados. La llaman la Dama de la Noche y se dice que es hija de las estrellas. Aparece de la nada y desaparece al salir el sol como si nunca hubiera existido. Las historias cuentan que procede de otro mundo, y que aparece cuando la luz lunar une distintas realidades.
Una leyenda desapareció, pero otra surgió para jamás ser olvidada.
- Relatos de Proyecto Dunia
Boda
Narra Diana
San Valentín
Narra Hino
Paseamos por la playa tras haber cenado al lado del mar, escuchando el murmuro de las olas que se mezclaba con nuestras risas. Ahora, la luz de la luna nos baña y nos observa expectante en nuestro paseo. Nuestras dedos se entrelazan con fuerza, como si no quisieran separarse nunca. Nuestros latidos acompaña al canto de las olas que rumorea a nuestro lado. Vamos vestidos elegantemente para celebrar la ocasión.
Hoy es una noche muy especial. No solo es el Día del Amor, donde damos culto a la Diosa Naarae. Hoy también es el día en el que le daré el anillo de compromiso a Diana. Hoy, le pediré que sea mi esposa. Hoy, será el día en el que cambiará todo.
Trago saliva y aprieto más la mano de Diana contra la mía. Mi corazón parece querer hacer un agujero en mi pecho para poder escapar lejos. Pero necesito hacer esto. Quiero pasar el resto de mi vida con esta semielfa. Quiero despertarme cada día a su lado y besar su frente para darle los buenos días. Quiero ser su compañero para siempre y estar ahí en los momentos malos y buenos. Quiero crear una familia con ella. Quiero que seamos uno solo y que nada, nunca más, pueda separarnos.
Arno, el padre de Diana, le pidió matrimonio a Adela con un anillo para seguir la costumbre de los humanos. Según me dijo mi pareja, tuvo lugar bajo la luna llena. En una playa. En un día como este.
Y yo quiero hacer lo mismo. Quiero cumplir lo que los padres de Diana no pudieron.
Respiro hondo y miro a la luna que nos vigila desde arriba, como queriendo buscar en la ella la fuerza necesaria para dar aquel enorme paso. Su luz parece calmar mis nervios y arrancarme con sus destellos una sonrisa cálida. Detengo a Diana. Ella me mira. Ella está preciosa con aquella camiseta de tirantes roja y el chal blanco. Aunque en realidad siempre lo está, aún con el pelo hecho un desastre y lleve la ropa que lleve. Ella siempre fue mi ninfa. Mi musa. La persona que logró sacar de mí los fantasmas de un ayer que me marchitaba sin darme cuenta. Diana fue para mí la luz que me sacó de las tinieblas. La estrella que disipó la niebla que ocultaba mi dolor.
Mi acompañante me mira con aquellos ojos de miel que tanta fuerza tienen sobre mí. Cuando profundizo en su mirada, todas las dudas desaparecen. Siempre fue ella.
—¿Qué pasa, Hino?
—Diana
—digo,
apretando sus manos. Ella parece quedarse sin aliento durante un
segundo. La
luz de la luna ilumina sus ojos—.
Desde
el primer día en el que te cruzaste conmigo, aquella noche helada en
la que te encontré, supe que… que eras alguien muy especial. Me
salvaste de mis cadenas y me diste una razón para seguir adelante.
Me apoyaste aunque fuese un desastre, aunque no pudiese dejar ir
el
pasado. Me diste un hombro en el que llorar, una amiga de verdad y un
amor tan grande que no sé
explicar.
—¿Hino…?
—A pesar de todo lo que nos pasó, quiero que sepas que ya nunca me iré de tu lado. Que desde ahora, y como siempre, estaré contigo en las malas y en las buenas.
Suelto sus manos y me arrodillo ante ella. De repente me siento estúpido, ¿pero ya qué más da? Noto como mis mejillas se tiñen de rojo y como los nervios trepan por mi garganta. Intento sacar la caja con el anillo pero se ha quedado atascado en el bolsillo.
Venga, Hino, no seas torpe ahora. ¿Por qué me tiemblan tanto las manos? ¿Por qué ahora? Qué estúpido.
Una risa. Miro a Diana, cuyos ojos se han cubierto de lágrimas de alegría.
—Sí. Sí quiero —dice Diana, y yo siento como me suben los colores hasta las orejas.
—E-espera a que te lo dig… —empiezo a reprochar, pero ella salta a mis brazos y me calla con un beso anhelante.
Yo acepto aquel contacto, que sabe a promesa y a nuevas aventuras. A desafíos nuevos y a un amor tan grande como el mar que canta a nuestro lado. Nos fundimos y nos hablamos sin palabras. Cuando se separa, me ayuda a sacar la dichosa caja del bolsillo entre risas.
—Bobo —me dice. Yo río. Ella ríe.
Saco el anillo y Diana extiende su mano. Yo la toco con las yemas de mis dedos y le pongo el anillo con dulzura. Es plateado y tiene una pequeña piedra esmeralda.
Nuestras manos tiemblan y sé que nuestros corazones también. Que se está abriendo un nuevo mundo ante nosotros en el que solo existiremos los dos.
—Cásate conmigo. Sé mi compañera en este vida, fierecilla.
Un sollozo. Una risa. Yo seco sus lágrimas con mis pulgares y ella me mira con ojos desbordados de luz plateada y magia.
—Siempre. Para toda la eternidad —responde. Y yo me siento, de repente, el elfo más feliz del universo.
Tras eso, nos fundimos en un abrazo. Nos convertimos en las mismísimas estrellas que nos miran desde arriba y nos arropan. Nos estrechamos con fuerza, aislándonos del fresco de la noche. Nos volvemos a besar y qué dulces son sus labios. Cuánta magia hay en nosotros en esta noche.
Y noto cómo, desde un lugar lejano, tanto sus padres como los míos nos miran orgullosos por haber superado todos los obstáculos. Por empezar una nueva vida. Juntos. Sé que Adela y Arno sonríen y rezan para que a nosotros nos vaya bien. Que podamos ser felices como ellos no pudieron. Que permanezcamos unidos pase lo que pase.
Y así será.
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